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Nuestra Historia

Belvedere nace de una certeza simple y profunda: 

la naturaleza tiene el poder de hacernos sentir bien. porque nos devuelve a un estado más auténtico y humano.

Cuando nos alejamos de la naturaleza, también nos alejamos de nosotros mismos. Belvedere surge como un puente hacia ese reencuentro:  crear espacios que nos devuelvan calma, nos ayuden a mirarnos hacia adentro y nos permitan crear, imaginar y sentirnos parte de algo más grande.  

 

Nuestro enfoque combina simplicidad, precisión y sensibilidad. Buscamos que cada espacio exterior tenga carácter propio, responda al lugar donde está y se integre naturalmente a la arquitectura.

El sello Belvedere se reconoce en:

  • Diseños sobrios y atemporales

  • Composiciones que fluyen

  • Recorridos agradables

  • Vegetación bien seleccionada

  • Detalles cuidados

Cada proyecto se piensa desde la experiencia: cómo se llega, qué se escucha, qué se ve desde adentro, cómo cambia la luz durante el día. Queremos que el paisaje acompañe la vida con suavidad y presencia.

Nuestro propósito es simple:

Diseñar paisajes que no solo se ven bien, sino que crean bienestar real. Espacios que ordenan, calman, acompañan y elevan el día a día.

Para nosotros, el paisaje, el entorno, no es un accesorio. Es parte esencial de la vida de las personas. Vivimos inmersos en paisajes urbanos carentes de naturaleza  y en Belvedere, hacemos que ese paisaje se vuelva verde y valga ser vivido. Lugares con propósito: que reconectan a las personas con su entorno y devuelven a la naturaleza el espacio que merece. Eso es un espacio Belvedere: un paisaje que se vive desde la experiencia de reconocernos usando nuestros 5 sentidos.

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El equipo Belvedere

Diseñadora de Paisajes y Arquitecto

Federica Halpern

Estudié Arquitectura en la Universidad de Mendoza, Argentina. En 1999, durante mi último año de carrera, obtuve una beca de intercambio por seis meses en la Universidad Anáhuac, en Ciudad de México. Esa experiencia fue un punto de inflexión: allí descubrí una arquitectura profundamente vinculada al entorno, inspirada en los grandes maestros mexicanos y en el recorrido de las ruinas de las civilizaciones precolombinas, ciudades que aún hoy conviven en perfecta armonía con el paisaje.

Me titulé como arquitecta en el año 2000. Tras participar en algunos proyectos en Mendoza, establecí mi residencia en Reñaca, Chile, donde vivo hasta hoy. Durante catorce años trabajé en oficinas de arquitectura ampliamente reconocidas, una etapa marcada por aprendizajes sólidos y formativos. En 2015 revalidé mi título en la Universidad de Chile y di inicio a mi camino independiente, ejerciendo la arquitectura de manera autónoma hasta la fecha.

Con el paso del tiempo —y luego de más de diez años de ejercicio profesional— comencé a reconocer que había un área inseparable de la arquitectura que despertaba en mí un interés profundo: el paisajismo. Esta pasión fue revelándose de manera orgánica, hasta hacerme consciente de algo esencial: mis proyectos no podían existir desvinculados de su entorno. En cada diseño aparecía una búsqueda natural de armonía entre interior y exterior, expresada a través de un paisaje cuidadosamente pensado, desde la estructura general hasta la elección precisa de cada especie. No concibo la arquitectura sin paisaje.

Este nuevo amor nació desde la experiencia más íntima: el diseño y construcción de mi propia casa en Olmué. Una vivienda inmersa en un jardín vivo, donde el recorrido combina la belleza del bosque nativo con árboles frutales y ornamentales, seleccionados con sensibilidad para crear atmósferas cambiantes y casi mágicas a lo largo de las estaciones. Ese jardín se transformó en mi lugar en el mundo. Mi refugio.

 

Un espacio que invita a caminar, a sorprenderse, a contemplar y a disfrutar de los sabores de cada estación. Cada rincón fue diseñado con dedicación y paciencia. Me sumergí en el estudio de la flora nativa chilena, reconociendo y honrando mi propio bosque. Con el paso del tiempo, cada estación se volvió una revelación; cada especie fue elegida desde el amor, el simbolismo y la memoria.

En ese proceso me reencontré con mis ancestros, honrándolos a través de sus especies favoritas. El jardín se volvió un territorio cargado de significados, aromas y recuerdos de mi infancia en Mendoza, de mis afectos y de mi historia.

Y mientras el paisaje se transformaba a través de mis intervenciones, yo también me transformaba con él: más calma, más serenidad, más conexión, más intuición, más creatividad.


Las manos en la tierra, caminar descalza, el aroma de las mermeladas hechas con mis propios frutales, el sumergirme en el verde cada fin de semana… todo fue sanando heridas profundas. Heridas que hoy abrazo con dignidad y resiliencia.

Fue en ese encuentro íntimo y sanador con la naturaleza —que me devolvió la paz y me regaló instantes de profunda felicidad— donde nació Belvedere.
Nació del deseo genuino de compartir aquello que a mí, me había sanado.

 

Belvedere es una invitación a volver al origen. A reconectar con la naturaleza y, a través del diseño consciente del paisaje, encontrar tu propio lugar en el mundo. No importa cuán pequeño sea: lo esencial es que refleje tu identidad, te inspire calma y te permita volver a encontrarte contigo mismo.

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